En la Argentina, jubilarse es sinónimo de empobrecerse

Hace ya varios años que los jubilados dejaron de "hacer malabares" para llegar a fin de mes porque simplemente no llegan, sin importar lo que hagan, dado que el haber mínimo equivale a un tercio de lo que se necesita para vivir.

Jubilados foto NA Daniel Vides



Cada vez que se conocen los números de la inflación, o cuando se anuncian las actualizaciones del haber jubilatorio, se impone en la agenda mediática el problema de los jubilados. ¿Cómo hacen para llegar a fin de mes? ¿Qué malabares realizan para no sucumbir ante la inflación? Lamentablemente se trata de preguntas que no tienen mucho sentido.

Hace ya varios años que los jubilados dejaron de hacer malabares para llegar a fin de mes porque simplemente no llegan, sin importar lo que hagan. Siendo el haber mínimo el equivalente a un tercio de lo que se necesita para vivir, de acuerdo con los datos calculados en la Canasta Básica del Jubilado, no hay manera de estirar el ingreso o de administrarlo para que alcance.

Nadie se acomoda a vivir con un tercio de lo mínimo que necesita, lo que se hace es buscar otro ingreso, pedir plata a familiares y amigos o endeudarse. En muchos casos las tres opciones se combinan de maneras aleatorias. Cabe señalar que el problema no solo afecta a quienes reciben la mínima, dado que la mayor parte del resto de los jubilados cobra entre $40.000 y $60.000, alrededor de la mitad de los $100.000 que necesitarían para cubrir su canasta básica.

Esto hace que el problema de los jubilados ya no sea solamente de los jubilados. La pauperización del haber lleva a que ser jubilado y ser pobre se conviertan en términos intercambiables, a menos que uno se haya consolidado a lo largo de la vida una posición económica holgada, lo cual es cada vez más difícil de conseguir en nuestro país. Si jubilarse es empobrecerse, entonces, todos los problemas que corresponden a la pobreza, y que son también problemas de la sociedad y del Estado, se suman a los que ya de por sí pueden venir con la edad.

Una persona de edad avanzada y sin recursos económicos está totalmente excluida del circuito del consumo, por lo cual no contribuye a la circulación de la riqueza dentro de la propia sociedad. Por otra parte, absorbe recursos de otros lados. Necesita la asistencia económica de su familia, convirtiéndose para ésta en una carga y deteriorando su situación económica.

A su vez, es alguien que muy posiblemente mantenga deudas, como por ejemplo de servicios, alquileres o de expensas, por lo cual contribuye a que se desfinancien otras estructuras, como puede ser el edificio en el que vive. Si trabaja, sale a competir en el mercado laboral con los más jóvenes y si no cuenta con una formación profesional, lo más probable es que trabaje de manera precaria y en negro.

Y por último, y más importante, es alguien que necesita ser asistido por el sistema público de salud, generando en este aspecto un gasto al Estado que no suele ser tenido en cuenta, pero que es de una proporción considerable.

A todo esto hay que agregar que el problema no es solamente de los jubilados de hoy. Si realizamos una proyección a futuro del estado actual de cosas, la situación es aun peor, mucho peor.

Quienes tenemos hoy más de 60 años vivimos a lo largo de nuestra historia una serie de debacles económicas que fueron  durísimas, pero también tuvimos momentos de mayor estabilidad, e incluso de bonanza, que permitieron que al menos una parte de nuestra generación llegara a esta etapa de la vida con una posición económica consolidada.

Venimos de una sociedad que tenía condiciones que, vistas desde la perspectiva actual, parecen soñadas. Una Argentina con pleno empleo, pobreza de un dígito, uno de los mejores sistemas de salud y de educación públicas de la región y la posibilidad real de acceder a una vivienda propia, todas esas características nos dieron ventajas que quienes vinieron después de nosotros prácticamente no conocieron nunca. Esto significa que la proporción de personas que lleguen a jubilarse con recursos económicos propios que les permitan sustentarse va a ser cada vez menor en el futuro.

La situación, a su vez, genera un círculo vicioso que paulatinamente va desfinanciando al sistema. La falta de perspectivas a futuro hace que la masa de trabajadores que aportan en blanco sea cada vez menor. Uno decide aportar al sistema previsional en la medida en que éste le permita imaginarse en una situación positiva a futuro, si esa perspectiva no existe, no hay motivos para renunciar a una parte del ingreso presente. Si uno va a tener que seguir trabajando cuando tenga 70 años, ¿por qué aportar desde los 30?

Por todos estos motivos, es factible afirmar que, tal como está planteado, el sistema previsional argentino no es más que una fábrica de pobreza que irá aumentando su producción con el paso del tiempo. Lógicamente el aumento de la inflación contribuye a profundizar la gravedad del cuadro. Pero es importante tener en cuenta que, aunque la inflación disminuyera, e incluso si aumentan los bonos que cada tanto las autoridades sacan a relucir como parches en el casco del Titanic, la situación de los jubilados y las jubiladas de hoy y de mañana seguiría siendo de una vulnerabilidad extrema y creciente.

En este contexto, la inflación ya no impacta en las jubilaciones porque el deterioro de éstas es tan grande que ya no pueden ser consideradas jubilaciones. Son, en todo caso, subsidios que se devalúan.

Para completar el cuadro tengamos en cuenta que la curva de envejecimiento poblacional, según todas las estimaciones, va a ir en aumento durante las próximas décadas. Es decir, va a haber cada vez más viejos empobrecidos y cada vez menos jóvenes que aportan al sistema.

Ante semejante escenario es imperioso cambiar el eje de la discusión y dejar de preguntarnos cómo hacen los jubilados para sobrevivir, para empezar a preguntarnos cómo hace la sociedad en su conjunto para salir adelante sin sistema previsional. ¿Cómo se resuelven los problemas estructurales de la economía si el mero paso del tiempo hace que aumente el índice de pobreza?

No existe ningún político ni futuro candidato que tenga una respuesta a estas preguntas. Más allá de la utilización propagandística y electoral del tema, no hay ningún plan serio de ninguna corriente política que se proponga abordar el problema de forma estructural y con una perspectiva de largo plazo. No tienen un plan ni lo van a tener porque para tenerlo hace falta que hagan exactamente lo contrario de lo que vienen haciendo desde hace años.

Es necesario acordar entre todos los sectores una política estructural coherente y realista que trascienda las diversas gestiones y que tenga como objetivo llevar la jubilación mínima al nivel de la Canasta Básica del Jubilado. Y que garantice, a su vez, la actualización de todas las jubilaciones, incluidas las mínimas, de acuerdo a la tres paritarias más altas del año.

El sistema político en su conjunto tiene que verse presionado por la sociedad para dar una respuesta definitiva a este tema. No se trata de preguntarle a cada representante o candidato por separado qué haría o qué va a hacer para mejorar la situación de los jubilados, sino de obligarlos a todos a acordar un plan general, razonable y convincente, que todos respeten más allá de sus ambiciones particulares de capitalización simbólica. De lo contrario, seguiremos repitiendo las mismas preguntas sin respuesta en una suerte de eterno presente sin futuro.

Por Eugenio Semino, defensor de la Tercera Edad, presidente de la Sociedad Iberoamericana de Gerontología y Geriatría.

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