Tenemos una escuela ineficiente, antigua e injusta

Opinión por Guillermina Tiramonti - Máster en Educación y Sociedad. Miembro del Club Político Argentino.

Escuela archivo Foto NA



Ya existe un consenso bastante generalizado en la Argentina respecto de las debilidades de nuestro sistema educativo.

Hay conciencia generalizada de su ineficacia para transferir a las nuevas generaciones los instrumentos básicos de la cultura, se sabe que el sistema es muy injusto y que los chicos más pobres son los que tienen los peores resultados. Se percibe que hay algo en el funcionamiento de la escuela que no ayuda a los aprendizajes.

El juicio de la opinión publica, en general, se funda en un imaginario educativo alimentado por la experiencia personal y las de sus hijos y sobrinos, o simplemente por el sentido común construido en base al modelo tradicional de la escuela. Reclama castigo para los chicos. Repitencia, bochazos y una reposición inmediata de el sistema de premios y castigos. No se pide el puntero porque no ha estado muy presente en nuestra historia, pero se está casi ahí.

Las pruebas nacionales e internacionales demuestran que efectivamente los chicos transitan la escuela aprendiendo poco. No comprenden lo que leen, no tienen reflexión matemática y en ciencia estamos igual.

Hay otro dato del que hablamos poco y es que nuestra escuela está vetusta, es una antigüedad. Me refiero fundamentalmente al nivel medio de educación, aunque aprovecho la ocasión para señalar que el primario tiene una enorme deuda con las generaciones que pasaron y pasan por sus aulas y no leen ni escriben correctamente.

Aquí hay un problema de ineficacia que no pasa por la antigüedad sino por lo inadecuado de las metodologías de enseñanza y la falta de seguimiento de los aprendizajes de los chicos.

En el caso de la secundarias tenemos un modelo pedagógico, un sistema de promoción y referencias culturales propias del fin del siglo XIX, principios del XX.

Seguimos teniendo una escuela enciclopedista que considera que se aprende dividiendo la realidad en parcelas disciplinarias, aunque el internet nos evidencia que la realidad “viene tejida junta” (Martín Barbero).

Los chicos aprenden con un manual o a través de la transmisión de los docentes. Hay una propuesta uniforme para todos y como en la piñata el que aprende, aprende y el que no, adopta una estrategia de simulación que le permite invisibilizarse.

En los últimos tiempos las jurisdicciones más avanzadas han incorporado algo de programación y robótica. También hay algunas experiencias provinciales que incluyen talleres, espacios de trabajo por proyectos y un enfoque interdisciplinario. El resto del sistema sigue igual a sí mismo desde hace más de un siglo. Por supuesto el trato con los alumnos es más abierto, hay videos y algún trabajo con plataformas cuando la conexión lo permite.

Durante la pandemia se usó la tecnología como reemplazo del trabajo presencial, pero no se modificó la propuesta pedagógica.

Tendríamos que haber aprovechado la oportunidad para preparar un cambio y recibir a los alumnos con una escuela renovada. No lo hicimos y nos encontramos con que los aprendizajes de los chicos son muy heterogéneos y el modelo escolar que tenemos está montado sobre el supuesto de un alumnado homogéneo. No permite diferentes ritmos de aprendizajes y para hacerlo, se necesita armar un cambio que exige ingenio y mucho trabajo.

Por esta razón muchas de las jurisdicciones han decidido dejar pasar a los chicos, sea cual sea su situación, y ver cómo reman el año. La opinión publica pide repitencia, los funcionarios construyen justificaciones y los alumnos se quedan sin aprender en un mundo cada vez más individualista donde solo tenés tus propios recursos para defenderte. Recursos, que para un porcentaje alto de los jóvenes, solo se pueden adquirir en la escuela.

Si apenas leés, escribís mal, no contás con razonamiento matemático y lógico y no sabés nada de programación tus oportunidades son casi nulas.

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