Mis preguntas y mis respuestas

Opinión por Lucrecia Casemajor -lucreciacasemajor@gmail.com

Estatua a un escritor español Ramón Llull - Foto Lucrecia Casemajor ED



En este último tiempo de cuarentenas pasadas y a sabiendas de las aún por pasar, muchas personas –periodistas, políticos, psicólogos, filósofos, sacerdotes y otras personas comunes, sin títulos, hombres y mujeres de la calle− han comenzado a decir que esta pandemia está sacando lo mejor y lo peor de cada quien. Nos vemos con lupa las debilidades y fortalezas, las luces y las sombras, el claro y el oscuro que se manifiesta en situaciones límites. 

La historia de la humanidad demuestra que esto siempre fue así. Pero esta vez es distinto. Porque es la primera vez que el ser humano enfrenta una situación que lo equipara a cualquier otro ser de cualquier lugar del mundo. Esta vez es distinto y hay que hacerse cargo. Hombres y mujeres al borde de sus límites, con la impotencia a flor de piel, con las fronteras desdibujadas por la enfermedad, la pobreza, el miedo, el cansancio, la angustia. Enfrentar el desafío y la oportunidad que presenta este momento, es tarea de todos, no sólo de algunos o de muchos.

La descripción puede variar sólo si podemos volver a preguntarnos en lo más profundo de nuestro ser por aquellas cosas que son las importantes, las determinantes para una nueva humanidad que hoy se globaliza en la desgracia, pero que puede hermanarse en la solidaridad, en la empatía, en el reconocimiento del otro, en el amor humano que se despierta como un gigante ante la pobreza toda de la que nadie se salva, incluyendo a los más poderosos del planeta. 

Pasa que buscamos respuestas fuera de nosotros mismos. Vamos preguntando al mundo por nuestra desgracia y seguimos interpelando a otros para decidir aquello de lo que somos capaces. Pero somos nosotros –cada mujer y cada hombre− los que tenemos las respuestas que caminan en nuestro interior y arden por salir.  

Nos hacemos preguntas para buscar la verdad. Una buena pregunta dará luz a lugares que jamás hemos visto y nos habilita para encontrar respuestas que nunca pensamos que existieran. Muchas veces las buscamos en los lugares conocidos, cuando las respuestas en realidad descansan en los sitios que aún no podemos ver. 

Y tenemos que tener en cuenta el tiempo que lleva hacernos una pregunta. Si se hace demasiado pronto, quizá no vayamos por el camino correcto; si se hace demasiado tarde, quizá hayamos pasado el momento idóneo. Dejar que mi interior despliegue su sabiduría depositada desde hace miles de años en el libro de su mismo nombre. Allí donde dice que “es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la  buscan”. 

Porque hay también quienes manifiestan que es un momento para esa interioridad que habíamos perdido en medio de tanto ruido, de la fuerza del consumo y enredándonos en las redes para sentir que no estamos solos. 

Quizá el trabajo consista en animarnos a sacar a la luz a título personal aquellas preguntas que tenemos guardadas y que el ser humano se hizo desde que el mundo es mundo. Esas que nos permitan obtener yvivir nuestras propias respuestas. Nadie puede arrogarse el derecho a preguntarme desde afuera para obtener mis respuestas como escrutador curioso y chismoso y distraerse de sus propias preguntas para consigo mismo. Porque nadie puede ejercer poder sobre mis preguntas, como nadie puede ejercer poder sobre mis respuestas. 

Cuando nos damos la oportunidad del silencio y la contemplación −de la naturaleza, por ejemplo− tenemos la posibilidad de reflexionar y seleccionar nuestras experiencias y recursos de manera diferente. Y contemplarme −en mi propia historia, en el devenir de mis decisiones, en lo que significa este momento a nivel personal, familiar, laboral y social− puede permitirme ver mis errores, mis avances y retrocesos, la manera de ejercer mi vida a diario con los demás, mis maltratos y ninguneos, mis indecisiones, en definitiva, mis faltas de amor. Y también puedo permitirme ver que hay un mundo aún inhabitado que me está esperando. 

Reconocernos afectados y vulnerables es el paso inicial para aceptar una realidad que nos convoca a más y nos invita a ir más allá. Preguntarme en este tiempo será la base y la raíz, la fuente de nuevas respuestas para un camino distinto. 

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